«Fui realmente libre cuando me compré un 600» (junio 2022)

Fuente: ABC
Antonio Albert

La actriz, una de las más queridas desde ‘Verano azul’, charla con ABC sobre su infancia, su familia y su vida más allá de los escenarios

María Garralón durante la presentación del libro ‘Círculos’ en 2015 – GTRES

Al pisar el impresionante escenario del Teatro Romano de Mérida en el estreno de ‘Las suplicantes’, que ahora llega a Madrid, María Garralón (69 años) tuvo que respirar antes de pronunciar su primera frase. No le había ocurrido nunca: «Es imponente, produce una sensación única», recuerda. Y eso que lleva casi medio siglo en escenarios y platós. Conquistó al público al dar vida a Julia, la pintora bohemia de ‘Verano azul’, un personaje que parece un reflejo de la personalidad de María, una mujer dulce, sensible, cariñosa, que asume que nunca ha querido ser carne de titulares: «Nunca los he buscado, me dedico a esto cómo podría haber sido otra cosa. Mi vida personal ha estado al margen porque siento cierto pudor al hablar de mis cosas.

Cuando mis hijos eran pequeños, hacía algún reportaje para Agustín Trialasos (un referente de la prensa rosa española), pero cuando crecieron me dijeron, ‘Mamá, tu trabajo es precioso, pero a nosotros mejor nos dejas fuera de este lío’, así que nunca más». En esos años, la conciliación era una entelequia: «Ser madre y actriz es complicado. Además, yo me divorcié cuando ellos eran pequeños, y me recuerdo corriendo de un lado para otro, pero sin ningún trauma. Tanto ella como él me han salido muy buenos, muy divertidos… Aunque no me han hecho abuela todavía, pero lo veo difícil en estos tiempos».

A María la mató ‘Wikipedia’ en agosto de 2019: «Me llevé un buen susto». Rectificaron y María, que había interpretado a María de la Encarnación en ‘Farmacia de guardia’, se convirtió así en María de la Reencarnación. Pero en esta ‘segunda oportunidad’ no solo ha vivido una pandemia y una guerra, «he sobrevivido a un cáncer de pecho, dos carcinomas en la nariz y las muertes de mi madre y mi hermana, que era como mis pies y mis manos, la echo tanto de menos…». También tiene problemas de espalda y rodilla: «Me voy haciendo mayor, pero esas cosas si me vienen bien, al final, las incorporo a los personajes que interpreto». María, como otras figuras de su generación, sabe hacer de la necesidad virtud: «Además, tengo muchas ganas de vivir, me gusta mucho la vida». Y si necesita un chute de energía, se fuga a Nerja: «Me da el subidón nada más atisbarla desde la carretera. Es una tierra que me trae tantos recuerdos», explica. A ella y a millones de españoles.

María Garralón posa junto a su familia a falta de su madre que es la que tomó la fotografía – ABC

Todas las ausencias

A María le ha costado encontrar una foto «porque me he mudado hace poco y lo tengo todo desparramado». Pero aquí está, este posado familiar en el que falta su madre, que es quien saca la foto, así que en cierto modo, está presente en este recuerdo marcado por las ausencias. María recuerda que «éramos unos domingueros, aunque lloviera, nevara o hiciera un sol de justicia, nosotros salíamos al campo». Su familia, de origen humilde y sin relación alguna con el espectáculo, no veía con buenos ojos que dejara los estudios de Turismo para meterse a actriz: «Mi madre lo llevó mejor porque tenía una vena artística. Con mi padre tuve muchos problemas, hasta que un día lo entendió». Concha Velasco mintió por ella: «Fue tan generosa que dijo que éramos familia para conseguir el carné del sindicato con el que trabajar». Así se estrenó con la compañía de Tamayo. Entre ensayos, conoció, se enamoró y se casó con el actor Enrique Rambal, miembro de una dinastía vinculada con el teatro: «Ese mundo me abrió los ojos, pero realmente fui libre cuando me compré un 600. Ya tenía alas para volar», recuerda divertida esta mujer que considera que tiene su punto aventurero.

‘Las suplicantes’ es una función que habla de «abuelas, madre e hijas mimando la vida», algo que María conoce bien: «Mi abuela sacó adelante a 13 hijos en el País Vasco. Le daría algo escuchar nuestras quejas hoy, tipo ‘se me ha estropeado la lavadora’, cuando ella llevaba al pilón la ropa de 15 personas. Lo suyo fue un esfuerzo titánico. Y mi madre fue una peleona que insistió en que estudiáramos para ser independientes, que nos valiéramos por nosotras mismas». Eran tiempos en que la aspiración de la mujer era casarse: «Y a mí me costó mucho, y bueno, lo hice para que nos se llevara un disgusto al saber que me iba a vivir con mi novio. De hecho, mi madre le miraba mal, hasta que él le explicó que era yo la que no quería. ¡Uy, la que me montó! ¡Yo, que había estudiado en las monjas! Es que yo tenía mi lado rebelde. Aunque lo de ser madre lo tenía clarísimo desde siempre».

María cree que debemos volver a los clásicos: «Son textos escritos hace miles de años y ves que nada ha cambiado, que no hemos aprendido nada. Creo en el mensaje de la fuerza de las mujeres para romper con las injusticias porque somos las que podemos plantarnos y decir, ‘Hasta aquí hemos llegado’, que para eso os hemos parido a todos’. Yo me entrego con tanta fuerza que cada vez que termino una función, me digo, ‘María, ya te has ahorrado hoy otra sesión de terapia’…».